El Árbol de la vida.



Desde el inicio hasta el final la vida avanza en pequeños círculos que se repiten y fluyen y mientras unos terminan otros inician y así será hasta el fin de los tiempos. Algunos parecerían correr por esos ciclos sin apenas darse cuenta de las maravillas que les rodean, pero Terrence Malick no es uno de ellos y lo demuestra constantemente en su cinematografía. En El Árbol de la vida va más allá, lejos de todo límite, arriesgándose por que sabe que algunas historias son tan particulares pero tan universales que es imposible contarlas sin considerar el universo que las envuelve y en esta cinta lo incluye todo.

Desde un accidente cósmico en una galaxia lejana, hasta los albores de la vida en la tierra, con días oscuros y llenos de trueno, con seres pequeños, imperceptibles que se desarrollan y extienden, hasta llegar a las grandes urbes, los grandes bosques de edificios de cristales y todavía más allá, hasta el mero final. En el punto medio hay una familia de Texas de los años 50's. Jack, el hijo mayor, el primero de tres, despierta a la vida y sus años idílicos de juegos y aventuras se van quedando atrás al descubrir que no todo en esta vida es placentero y se debate entre las enseñanzas de sus dos padres.

Su madre es una mujer amorosa, apegada a la gracia de Dios y del mundo, empeñada a enseñarles con voz y ejemplo a amar todo lo que se mueva a su alrededor, mientras que su padre, un hombre severo, está decidido a enseñarle que la vida es dura y que deberá ser fuerte para enfrentarla. Ambos, los dos mundos y los dos padres de pronto chocan y tienen violentos desencuentros, el alma de aquel niño entonces deberá emprender su propio camino y buscar su propia verdad, cual de esas enseñanzas es la real y verdadera.



Quisiera no tener que reducir y trivializar la experiencia que resulta ser esta cinta, pero tenemos que buscar la base de donde se dispara todo lo demás, el todo y la nada. En el eje están los procesos que viven dos de sus personajes. La madre enfrentándose a una terrible pérdida. Y la otra, el de Jack, el hijo, quien ahora es un hombre maduro, confundido y lidiando con el mundo moderno, desencantado del juego y viajando con la memoria hacia el pasado a esos años infantiles de ensueño.

El ritmo de la cinta es ese, el de pequeñas postales repletas de sensaciones que desfilan sin lógica y sin freno, muchas de ellas son entrañables, luminosas y llenas de grandes momentos, pero otras son oscuras y dolorosas. Algunas son tan breves como un parpadeo y otras son borrosas como los propios recuerdos que se van confundiendo todos en la memoria, pero que unidos unos con otros conforman una historia.

Los ciclos, los círculos, los pequeños procesos de todos los personajes son tan familiares que será imposible no sentirse reflejado en algunos de ellos, son tan sencillos que por momentos pareciera que no atestiguamos nada especial, pero al mismo tiempo son tan profundos y tan vitales que no se puede evitar reconocer la amplitud de todo el proyecto.

La cinta está realizada con una estupenda fotografía y un diseño sonoro inigualable que hace retumbar las salas sin necesidad de explosiones. Y se reconoce a cada instante que esta obra jamás podría ser realizada por alguien que no tuviera la obsesión y el corazón y el deseo de encontrar la belleza en todo como Malick.

Se pueden decir muchas cosas, que aparecen dinosaurios y el juicio final. Pero mucho de lo que se ve, se siente puesto más como una meditación visual, como el reflejo emocional de alguno de los personajes que como parte de la propia narrativa. Sin embargo todo ello dependerá de cada espectador, pues la cinta es tan especial que le dará a cada uno de ellos una experiencia personal y única. 

Yo opino: * * * *.

(The Tree of life, Terrence Malick, E. U., 2011.)

Comentarios

Embarazo dijo…
No me gusta mucho
Javy Regio dijo…
Q ONDA MI LUIS NO SE ME PIERDA

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